viernes, 15 de abril de 2016

MANUEL BONILLA. Un luthier convertido en escritor. Su relato, "El viento y el árbol".

El pasado sábado, tras una entrañable y estupenda (por la compañía) presentación de mi libro "Días impares", en el Trechuro, de Castrillo de los Polvazares, enlazamos con el filandón que Álvaro había preparado para esa noche. Una temática siempre sugerente: el mundo de los árboles, en forma de relato, poema e incluso canción. Fueron muy diversas las aportaciones, y todas ellas muy interesantes. Pero uno de los momentos más mágicos de la noche fue aquel en el que Manuel Bonilla, Manu, nuestro luthier, músico, etc., etc., quiso compartir con todas las personas presentes el relato que había escrito para la ocasión esa misma mañana. 
Fue increíble. El silencio se hizo en la Taberna y todo el mundo quedó prendido de sus palabras. 

A mí particularmente me gustó muchísimo, así que le he pedido permiso para compartirlo  a través de mis redes. No  contaréis con la magia de su voz. Pero si buscáis el ambiente adecuado seguro que os emocionará tanto como a quienes estuvimos alli. 

Lo acompaño con una foto invernal de una de las paleras (sauce) de Castrillo de los Polvazares. No podía ser de otra manera. 

Gracias, Manu, por tu regalo. 


El VIENTO Y EL ÁRBOL.
De Manuel Bonilla.
Al viento le encantaba jugar entre las ramas de aquel árbol, y más ahora en primavera, cuando sus ramas se vestían con hojas de un verde luminoso que alegraba el paisaje. Pero a veces lo veía triste o enfadado.
VIENTO: ¿Qué tienes, árbol mío, que a veces se te mustian las ramas? ¿Acaso te faltan el agua o el sol? ¿Es pobre la tierra en la que hundes tus raíces?
ÁRBOL: No me pasa nada... o sí, no sé...
Y lloró un poquito.
     A: Mira mi tronco, torcido y sin fuerza, no apunta hacia el cielo como el de los majestuosos pinos
      V: Es que no eres un pino... ¿estás triste porque te gustaría ser pino?
      A: No se... quizá sí... se los ve tan altos... ¡Y no se quedan desnudos como yo en el otoño! Siempre igual de fuertes, sí... eso me gusta.
       V: Tú no eres un árbol de hoja perenne, tú cambias, tienes otros ciclos. 4 Estaciones pasan por tí cada año y te cambian, y es hermoso verte mudar las hojas. Oh, qué soso sería el Otoño sin las hojas doradas alfombrando los bosques... ¿no crees?
      A: Si, es posible. Pero duele un poco cuando se caen, y duele también un poco cuando los brotes empiezan a romper...
Y lloró un poquito.
A: Tampoco doy fruto. Mira los manzanos de las huertas, los hombres los cuidan porque les encantan las manzanas, las comen con gusto, e incluso se las dan a los animales. Y las que quedan en sus ramas son la despensa de los pájaros y las ardillas en el invierno. ¡Eso sí que es ser útil!
V: Cierto es que son útiles y preciados por sus regalos los frutales, sí. Pero también es cierto que los pobres sufren lo suyo: podas, injertos, sulfatos... y cuando ya dan poco a veces los arrancan para plantar otros más jóvenes y vigorosos.
A: ya, también es verdad... a mí nadie me molesta... pero los hombres tampoco me cuidan.
También cuidan de los robles, altos, fuertes, y dan bellotas. Hasta su madera es buena. ¿Sabes que hacen cosas hermosas con ella?
Y lloró un poquito.
V: Bueno, sí, y eso a veces les cuesta la muerte demasiado jóvenes. Sobre todo cuando la usan para calentar sus hogares... ¿No habías pensado en eso?
A: Ay, sí, y eso a veces me pone tan triste...
Y lloró un poquito
V: acaso no lo recuerdas porque eras tan joven... pero fue un hombre del pueblo quien te plantó aquí. Ellos te aprecian mucho, aunque últimamente andan un poco perdidos y se han olvidado de tu importancia y la del resto de vosotros. Pero mira, aunque no des frutos, aunque no aprecien la madera de los de tu especie, aunque pierdes tus hojas en el Otoño, los hombres, y el resto de los habitantes del lugar disfrutan contigo. Puede que no sepan muy bien porqué, como puede que tú tampoco lo sepas, pero así es. ¿No te das cuenta?
A: bueno, sí... creo que sí. Pero no tienen motivos, ya lo has visto. Y a veces, cuando estoy así, me dan ganas de llorar, por todo: ganas de llorar cuando un polluelo rompe el huevo en un nido entre mis ramas, y lloro más si el polluelo se cae. Lloro cuando veo nacer las flores a mis pies, y lloro cuando las pisan. Lloro con demasiada facilidad... y cuando intento contenerme se me hace un nudo en el tronco, y se me atasca la savia, y entonces duele y me siento tan tonto... que me gustaría irme. Pero no puedo, jo, los árboles no andamos. Snifff. Si fuera un mirlo... ¡ellos cantan y vuelan! Yo ni ando, ni canto, ni doy fruto.
Y lloró un poquito.
V: Cantas, sí, cuando dejas que agite tus ramas. Cantan al Sol tus hojas. Canta el flujo de la savia en tu interior. Canta la Madre Tierra que te llena. Eres parte del Coro del Bosque. Y sólo tienes que Estar y Ser.
¿Tu fruto? Tu fruto es el gozo que das a quien a tu sombra se acerca, a quien tiene el privilegio de poder contemplar tu belleza, a quien sabe sentarse en silencio junto a ti. Goza el ciervo con las caricias de tus hojas bajas, el pájaro que canta enamorado y feliz de sentirte su hogar.
Y tus lágrimas... tus lágrimas son el agua de la Tierra que riega los corazones de los que a ti se acercan. Tienen la facultad de sanar heridas, de conmover a los espíritus endurecidos, de germinar las semillas que a tus pies descansan, y las que todos llevan en su corazón. Las semillas necesitan el agua para ablandar sus pieles, lo sabes ¿verdad? pero no sirve cualquiera. El agua de tus lágrimas es agua bendecida por la compasión, es agua cálida y amorosa que despierta la vida que en ellas duerme.
Y volar... vuela tu espíritu y las bendiciones que derrama. Yo llevo lejos tus semillas, tan lejos como no podrías imaginar. Y oyen de ti en los confines más apartados del bosque. No sabes cuánto das, cuánto acoges y cuánto consuelas. Todos te están tan agradecidos...
Entonces el árbol se dio cuenta de que poco a poco se habían ido acercando todos sus amigos, los animales que reptan, los que vuelan, los que caminan, incluso el paisano que solía sentarse a su vera para meditar tantos atardeceres... Y sintió su agradecimiento, y el agradecimiento, esa mágica llave, le conectó con la GRACIA de la creación, y lloró...
Y lloró, y lloró y lloró. Lloró a la vez de pena y de alegría. Y tanto lloró que tuvo que ahondar aún más sus raíces en busca del agua que nutría sus lágrimas. Y tan hondo y tan fuerte penetró la Tierra que rompió una roca enterrada. Y de la roca empezó a manar agua que salió poco a poco de entre sus raíces, y surgió la fuente que se convirtió en arroyo. Y el arroyo llegó hasta el río y el agua volvió a las aguas.
Desde entonces hablan las leyendas de una fuente sagrada, que nace a los pies de un árbol precioso al que van a gozar quienes tienen la suerte de conocerlo.

(Filandón sobre los árboles. Sábado 9 de abril de 2016
Taberna “El Trechuro”. Castrillo de los Polvazares. )

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