viernes, 22 de abril de 2011

LA REALIDAD DE LA MUJER a lo largo de los siglos.

Una amiga me hizo llegar durante el mes de marzo un hermoso  ppt sobre los Derechos de la Mujer. Tanto el poema que contiene como las imágenes escogidas por quien lo ha realizado expone de manera muy clara la realidad de la mujer a lo largo de toda su existencia. Justo durante ese mes  en el que tantos actos se han dedicado a la mujer, se han venido  dando - en distintos puntos de la geografía musulmana - situaciones en las que la semilla de la guerra pero también del cambio comienzan a abrirse  en tantos países árabes, donde también las mujeres se han puesto a la cabeza de las revueltas que proponen un cambio. Han ido pasando las semanas y se van acallando las voces de las revueltas, no porque hayan perdido actualidad, si no por lo efímero de la información. Sin embargo el inicio del cambio está ahí, con las revueltas y las luchas que se mantienen, con el acallado protagonismo de las mujeres que pocas veces salen en la foto, ya sea como protagonistas del cambio, ya como principales víctimas de los enfrentamientos. Por eso quiero compartir este documento. Lo hago adjuntando  los versos sobre el que se ha hecho, pues me parecen una profunda reflexión sobre la historia de la mujer. Son de la poeta ecuatoriana Jenny Londoño. Con ellos obtuvo en 1992 el primer premio de Poesía  "Gabriela Mistral" otorgado por el Club Femenino de Cultura y el Ministerio de Educación, en Quito. Para mí es una acertada (a la vez que condensada) historia de la realidad femenina. 
Mientras los leéis seguramente encontraréis una música adecuada para acompañar sus versos. Las imágenes, también vendrán sin duda a nuestra mente. O podéis escucharlo a través del enlace que adjunto a continuación.
Gracias, Yolanda, por compartirlo.
                         Jenny Londoño

Vengo desde el ayer
desde el pasado oscuro y olvidado
con las manos atadas por el tiempo
con la boca sellada desde épocas remotas

Vengo cargada de dolores antiguos,
recogidos por siglos, arrastrando
cadenas largas e indestructibles.
Vengo desde la oscuridad,
del pozo del olvido
con el silencio a cuestas,
con el miedo ancestral
que ha corroído mi alma
desde el principio de los tiempos.

Vengo de ser esclava por milenios,
esclava de maneras diferentes:
sometida al deseo de mi raptor en Persia,
esclavizada en Grecia bajo el poder romano,
convertida en vestal en las tierras de Egipto,
ofrecida a los dioses en ritos milenarios
vendida en el desierto
o canjeada como una mercancía.

Vengo de ser apedreada por adúltera
en las calles de Jerusalén
por una turba de hipócritas,
pecadores de todas las especies
que clamaban al cielo mi castigo.

He sido mutilada en muchos pueblos
para privar mi cuerpo de placeres
y convertida en animal de carga,
trabajadora y paridora de la especie.
Me han violado sin límite

en todos los rincones del planeta
sin que cuente mi edad madura o tierna
o importe mi color o mi estatura.

Debí servir ayer a los señores,
prestarme a sus deseos,
entregarme, donarme, destruirme,
olvidarme de ser una entre miles.

He sido barragana de un señor en Castilla,
esposa de un marqués
y concubina de un comerciante griego,
prostituta en Bombay y en Filipinas
y siempre ha sido igual mi tratamiento.

De unos y de otros siempre esclava,
de unos y de otros dependiente,
menor de edad en todos los asuntos,
invisible en la historia más lejana
y olvidada en la historia más reciente.

Yo no tuve la luz del alfabeto.
Durante largos siglos
aboné con mis lágrimas
la tierra que debí cultivar
desde mi infancia.

He recorrido el mundo
en millares de vidas
que me han sido entregadas
una a una y he conocido
a todos los hombres del planeta.

Los grandes y pequeños,
los bravos y cobardes,
los viles, los honestos,
los buenos, los terribles,
mas casi todos llevan
la marca de los tiempos.
Unos manejan vidas
como amos y señores,
asfixian, aprisionan y aniquilan.
Otros dejan almas
comercian con ideas,
asustan o seducen,
manipulan y oprimen.

Unos cuentan las horas
con el rutilo del hombre
atravesado en medio de la angustia.
Otros viajan desnudos
por su propio desierto
y duermen con la muerte
en la mitad del día.

Yo los conozco a todos,
estuve cerca de unos y de otros,
sirviendo cada día,
recogiendo migajas,
bajando la cerviz a cada paso,
cumpliendo con mi karma.

He recorrido todos los caminos
he arañado paredes y ensayado silencios
tratando de cumplir con el mandato
de ser como ellos quieren
mas no lo he conseguido.

Jamás se permitió que yo escogiera
el rumbo de mi vida.
He caminado siempre en una disyuntiva
ser santa o prostituta.

He conocido el odio de los inquisidores
que a nombre de la santa madre iglesia
condenaron mi cuerpo a su servicio
y a las infames llamas de la hoguera.
Me han llamado de múltiples maneras:
bruja, loca, adivina, pervertida,
aliada de satán,
esclava de la carne,
seductora, ninfómana,
culpable de los males de la tierra.

Pero seguí viviendo, arando,
cosechando, cosiendo,
construyendo, cocinando, tejiendo,
curando, protegiendo, pariendo,
criando, amamantando, cuidando
y sobre todo amando.

He poblado la tierra de amos y de esclavos,
de ricos y mendigos, de genios y de idiotas,
pero todos tuvieron el calor de mi vientre,
mi sangre y su alimento
y se llevaron un poco de mi vida.

Logré sobrevivir a la conquista
brutal y despiadada de Castilla
en las tierras de América
pero perdí mis dioses y mi tierra
y mi vientre parió gente mestiza
después que el amo
me tomó por la fuerza.

Y en este continente mancillado
proseguí mi existencia
cargada de dolores cotidianos,
negra y esclava en medio de la hacienda
me vi obligada a recibir al amo
cuantas veces quisiera
sin poder expresar ninguna queja.

Después fui costurera,
campesina, sirvienta, labradora,
madre de muchos hijos miserables,
vendedora ambulante, curandera,
cuidadora de niños o de ancianos,
artesana de manos prodigiosas,
tejedora, bordadora, obrera,
maestra, secretaria, enfermera,
siempre sirviendo a todos,
convertida en abeja o sementera
cumpliendo las tareas más ingratas
moldeada como cántaro por las manos ajenas.

Y un día me dolí de mis angustias
un día me cansé de mis trajines,
abandoné el desierto y el océano,
bajé de la montaña,
atravesé las selvas y confines
y convertí mi voz dulce y tranquila,
en bocina del viento
en grito universal y enloquecido.

Y convoqué a la viuda, a la casada,
a la mujer del pueblo, a la soltera,
a la madre angustiada, a la fea,
a la recién parida, a la violada,
a la triste, a la callada, a la hermosa,
a la pobre, a la afligida, a la ignorante,
a la fiel, a la engañada, a la prostituida.

Vinieron miles de mujeres juntas
a escuchar mis arengas,
se habló de los dolores milenarios,
de las largas cadenas
que los siglos nos cargaron a cuestas.
Y formamos con todas nuestras quejas
un caudaloso río
que empezó a recorrer el universo
ahogando la injusticia y el olvido.

El mundo se quedó paralizado
los hombres y mujeres no caminaron
se pararon las máquinas, los tornos,
los grandes edificios y las fábricas
ministerios y hoteles, talleres y oficinas,
hospitales y tiendas, hogares y cocinas.

Las mujeres, por fin, lo descubrimos.
¡Somos tan poderosas como ellos
y somos muchas más sobre la tierra!
¡Más que el silencio
y más que el sufrimiento!
¡Más que la infamia
y más que la miseria!
Que este canto resuene
en las lejanas tierras de Indochina
en las arenas cálidas del África,
en Alaska y América Latina,
llamando a la igualdad entre los géneros
a construir un mundo solidario
–distinto, horizontal, sin poderíos-
a conjugar ternura, paz y vida,
a beber de la ciencia sin distingos,
a derrotar el odio y los prejuicios,
el poder de unos pocos,
las mezquinas fronteras,
a amasar con las manos de ambos sexos
el pan de la existencia.



lunes, 11 de abril de 2011

EN AUSENCIA DEL CUCO.

Huele a primavera. Suena a primavera. Sus pies la llevan, una vez más, hacia aquel trocito de monte que ha sido testigo de muchos de los momentos más felices de su adolescencia, y también de su juventud.
El sol acaricia sus mejillas y el rumor de la leve brisa que despeina sus cabellos se entremezcla con los primeros trinos y gorjeos de los pájaros. Del cuco, siempre presente en estos campos y en su memoria, aún, ni rastro. 
En un gesto heredado del pasado, se sienta contra el tronco de su encina preferida. Cierra los ojos. Aguza el oído. Y se deja llevar por el placer de la soledad buscada. 

De pronto, la caricia de unos labios en su pelo, de una mano ruda y cálida ensortijándose entre sus cabellos y la voz profunda de su padre: 
- Hija, ¿otra vez dormida mientras se escapa la tarde? 
Y, esbozando una sonrisa mientras abre sus cerrados ojos, ella le responde:
- No, papá, no duermo. Solo fantaseo.

Pero al mirar a su alrededor no encuentra a nadie. Solo las encinas, y los robles..., las pequeñas avecillas dando fe de su existencia. 
Resbala una lágrima por sus mejillas. Se pone en pie y gira su vista en todo su alrededor. Está sola .Desde hace más de treinta años estas tierra están solas. Se tumba entonces sobre la pradera, completamente extendida, pegando el oído a la tierra, cerrando sus ojos de nuevo. Y vuelve a sentir su presencia una vez más. 
Pero ella sabe que hay lugares en los que el tiempo ni siquiera se detiene, sino que parece - incluso - avanzar en dirección contraria.